El verdadero desarrollo no está en mejorar las infraestructuras desde una mirada reduccionista de los ecosistemas, sino en crear lo nuevo y conservar los recursos naturales, como los bosques y el agua, para garantizar el futuro. Desde hace años, los bosques del Parque Nacional de El Chico y sus alrededores pierden terreno por los cambios de uso de suelo, el cemento asfixiante avanza con proyectos inmobiliarios de dudosa transparencia, como ahora con el proyecto «Ampliación y modernización de la carretera federal México 105, Pachuca-Huejutla, subtramo Real del Monte entronque Huasca», que gestiona la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT). En octubre, varios kilómetros lineales de bosque comenzaron a ser transformados rápida e irreversiblemente, en la geografía post-minera que comprende Real del Monte, Omitlán, Huasca cerca de donde, en el siglo XVII, Pedro Romero de Terreros, guiado por Alejandro Bustamante, invirtió en los trabajos de desagüe de la veta de la Vizcaína, dándole acceso a la fortuna con la que pudo comprar la nobleza. También por ahí pasó Alexander Von Humboldt, a principios del siglo XIX, durante un viaje de cinco años desde lo que hoy conocemos como Venezuela hasta Estados Unidos, en el que, según Andrea Wulf, descubrió que la naturaleza es una red armónica interconectada a la que llamó Naturgemälde.
Hoy, la Natürgemälde está siendo fracturada. Hasta la fecha, no se ve ningún plan de mitigación ambiental (si es que es posible mitigar un acto de estas dimensiones). Quizás, toda esta devastación sería una buena oportunidad para diseñar y ejecutar una política interestatal e intersectorial de conservación del patrimonio biocultural que vaya más allá del fomento a los pueblos fotogénicos con su turismo de micheladas, en la región catalogada por la UNESCO como el Geoparque de la Comarca Minera Hidalguense.
A lo lejos, desde la carretera de Real del Monte que pasa por el bosque del Hiloche, se ven los angustiosos huecos que las máquinas, como rasuradoras, han hecho sobre el monte. Kilómetros más adelante, luego de pasar la Mina de la Dificultad que alberga en su interior máquinas de vapor alemanas que datan de la Primera Revolución Industrial, en el descenso hacia el pueblo de Omitlán (que significa «Dos muelas», por la forma de la Peña del Zumate que corona el paisaje), el panorama se abre y deja ver los cerros arrasados, atravesados por una línea en zigzag que divide al bosque y la aridez recién inaugurada. Las partes de la montaña que hasta ahora habían sobrevivido al paso de las máquinas del «progreso minero», han sido profanadas.
Se entiende la intención de conectar a las regiones históricamente aisladas en el territorio y, sin embargo, ¿esto no tiene nuevos efectos negativos para la población?, ¿cómo a estas alturas puede ocurrir algo tan degenerativo, mientras en ciudades cercanas como Pachuca, la escasez de agua es ya una crisis de todos los días?, ¿qué alternativas había o hay todavía?
El 18 de diciembre de 2022, el defensor ambiental, Eduardo Vázquez Maldonado entrevistado por La Silla Rota Hidalgo, dio el contexto de la situación: se trata de un ecocidio de trece kilómetros de bosque, que perjudica cuerpos de agua y está desapareciendo árboles ancestrales de encino y oyamel con más de cien años de antigüedad. Desde que comenzaron los trabajos, el activista ha pedido a instancias estatales y federales los dictámenes de impacto ambiental de las obras ahí realizadas sin recibir ninguna respuesta.
La ocurrencia de este ecocidio amenazaba desde el gobierno de Omar Fayad, la carretera iba a ser construida por una empresa privada que cobraría peajes y serviría para hacer fluir el tránsito pesado que, por ejemplo, viene de los «trabajos» a cielo abierto de la minería en la huasteca. Sin embargo, en el 2019, la construcción de la carretera quedó a cargo del gobierno federal que eliminó los peajes. Los daños ya son irreversibles al ecosistema, extendiéndose hasta Atotonilco el Grande y la Reserva de la Biosfera de la Barranca de Metztitlán. A principios de diciembre, el nuevo gobernador, Julio Menchaca, reconoció la responsabilidad del gobierno de restituir este tipo de recursos, pero no sabemos ni cómo, ni cuándo, ni dónde se hará esa restitución, donde la misma cantidad de árboles que han sido talados debería ser sembrada.
Siguiendo el descenso de la carretera hacia Omitlán, pasando por la Peña del Comal (que, junto con la Peña del Diablo, es considerada uno de los geositios de la Comarca Minera), se leen varios letreros de la SICT con frases burocráticas, como: «¡Recuerda! Los bosques ayudan a abastecer agua en cantidad y calidad, generan oxígeno, controlan la erosión, así como ayudan a la generación, conservación y recuperación del suelo». Los mensajes parecen un juego siniestro del lenguaje, en el sentido de nombrar todo lo contrario a la obra.
Minutos más tarde, desde las banquetas del mercado de Omitlán, una vendedora de verduras de nombre Leticia me explica cuáles cree que serán los efectos de la nueva carretera, después de preguntarle su opinión al respecto y señalar la parte del cerro rasurada por las máquinas que se ve desde aquí. Leticia sabe y vaticina que la tala de árboles cortará la humedad de la zona «pues de por sí ya no quiere llover» y, por lo tanto, impedirá el crecimiento de especies plantas y hongos, como los «babositos, los panaderos o los azulitos, que son de flor de madroño, se verá afectado». Además, dice, ya no habrá escurrimientos de agua, «que de por sí, es poca en el pueblo y se la llevan a Pachuca. Aquí cae agua cada tres días».
Este proceso de deforestación es centenario, viene de una lógica de fé ciega en la ilusión desarrollista que destruye los ecosistemas. En las memorias de la Comisión Científica de Pachuca, escritas en 1864, hablan sobre la falta de lluvias provocada por la tala de los bosques que la Compañía Real del Monte había comprado a muy bajo precio alrededor de las minas. En aquel entonces, toda la madera fue utilizada para las calderas de las máquinas de vapor, para fortalecer las estructuras al interior de las minas y para las haciendas de beneficio. José M. Romero apuntaba que «este punible despojo de las montañas y la naturaleza física de estas poco favorables a la vegetación, impiden que se formen gruesas nubes que dan lluvias y abastecen los ríos». Y desde ahí, desde lo que veía, decía que «al tocar este punto la humanidad y la conciencia obligan a llamar la atención del Gobierno, para que una prudente providencia ponga coto a un mal de tan graves consecuencias». Hoy, la misma preocupación sigue vigente, urge un plan de mitigación ambiental que salga de la necropolítica.David Ordaz Bulos | SIN EMBARGO