La Hoguera
Emmanuel Ameth
Habiendo ingerido un desayuno ligero que esperábamos complementar con alguno de los platillos típicos de Atotonilco El Grande, el cual sería coronado con un helado artesanal como postre, partimos hacia el municipio cargados de ilusiones para obtener un bonito recuerdo para un fin de semana familiar.
De antemano sabíamos que el trayecto no era de 35 minutos como a bien se había informado en los medios de comunicación, pues haciendo la consulta en Google Maps días antes, incluso sin tráfico, el tiempo partía de los 45 minutos dependiendo el punto de partida desde la capital hidalguense.
No esperábamos que las obras dilataran el trayecto para convertirlo en uno de más de una hora, de 80 minutos para nuestro caso, pero tampoco era gran cosa: la vía lleva a regiones que son concurridas especialmente los fines de semana.
La vuelta de rueda en algunos tramos y el calor sofocante no hicieron mas que incrementar nuestro interés en llegar a la feria.
Rebasado el medio día y ya en el centro de Atotonilco El Grande, con la curiosidad y la tranquilidad que caracterizan al visitante para fisgonear en los comercios, preguntamos en un mercado de la avenida principal sobre el lugar donde se llevaría a cabo el evento.
El ’no sé’ de nuestros primeros interlocutores con los que probamos suerte finalmente fue interrumpido por un ’seguro debe ser en Presidencia’, lo que nos dibujó una sonrisa al encontrarnos a pocas cuadras.
Tras las fotos de rigor tomadas en las letras que llevan el nombre del municipio, obligado fue el volver a preguntar sobre la localización de la feria, que a simple vista no se apreciaba por el reducido espacio donde finalmente se localizó y por la ausencia de un letrero grande que acompañara la lona.
La primera impresión fue de que se trataba de un evento probablemente ’más exclusivo’, por ponerle un nombre, toda vez que eran dos los pasillos que lo conformaban en un extremo de la plaza.
No vimos ni la barbacoa ni los panes ni otros platillos que supuestamente se concentrarían en el mismo lugar si bien se nos refirió que en los comercios de los alrededores es donde podrían hallarse.
Tampoco observamos la veintena de expositores prometidos, es decir, se podían contar incluso una treintena de artesanos del helado pero estaban repartidos en los puestos que apenas rondaban los diez -sí, los contamos-. Salvo uno de los comercios de nieve, los demás fueron acomodados en un solo lado, de uno solo de los pasillos… y necesitaron de otros productos para completarlo. Del resto de stands, era lo que se suele ver en este tipo de exposiciones, si acaso llamando la atención la presencia mayoritaria de vendedores provenientes de entidades vecinas.
La excentricidad de la oferta en los sabores por otro lado, no decepcionó. Al menos 3 de ellos se atrevieron a ofrecer algo completamente único digno de una exposición.
Como permitieron que el helado llevara dos sabores, fueron 12 los que finalmente probamos además de degustar otro tanto similar previa invitación a degustarlos.
Incluso haciendo tiempo adquiriendo algunas cosas, por gusto o incluso por el regateo de los vendedores, no llevó más de media hora el conocer cada comercio, quienes también se dieron tiempo para atender a los medios allí presentes.
Un sonido chillón, agudo, que hasta ese momento no sabíamos que intentaba emular al de un jaguar, y que provenía del templete donde se presentarían músicos más tarde, para otro evento, le daba un toque excéntrico al evento.
Terminado el tour, el convento de San Agustín con su fachada invitaba a ser explorado, aunque la amenaza de lluvia traída en cada gota que caía al chispear se combinó con la decepción que nadie se atrevía a manifestar para que en el momento en que un niño expresó ’ya vámonos’, todos asintieran.
Y como los niños son valientes al expresar su incomodidad, ya en el vehículo se dijo aburrido justo antes de acomodarse para dormir en el trayecto de vuelta, pues para ellos, feria significa fiesta, sea cual sea su temática.
Alguien más dijo ’están mejores las nieves Pachus y son más baratas’, lo que provocó carcajadas que rompieron la tensión. Aquí decir que si bien los precios son aparentemente similares, en estas sirven más de dos bolas de nieve, pues el vaso es llenado y posteriormente lleva una bola al final. Después hubo un pequeño debate entre éstas y las Metzi, coincidiendo todos que si bien no podría pronunciarse un ganador en todos sus sabores, sí eran mejores que las que probamos en Atotonilco.
El camino de regreso fue mucho más ágil y agradecimos haber salido al menos más temprano que aquellos que se encontraban en el otro carril, quienes seguro tardaron más que nosotros en pasar ese mismo tramo.
Fue al día siguiente cuando leí que de acuerdo con el Ayuntamiento de Atotonilco El Grande, la feria fue un éxito y tuvo la visita de más de 10 mil turistas durante el fin de semana que se celebró.
E hice cuentas.
Contando ambos días, de diez horas de exposición cada uno -siendo generosos-, significó una afluencia promedio de 500 personas por hora -8.3 por minuto-, lo que si bien ni de lejos apreciamos, concedí que podría ser plausible, pues no la visitamos en el momento de mayor concentración.
Donde ya no me cuadraron sus cifras fue en las ventas. Si el objetivo de la feria para los visitantes era probar los helados, al menos uno -así tuviera dos sabores-, cada expositor debió haber vendido cerca de las mil nieves -cincuenta por hora-, donde la frase ’casi todos los artesanos heladeros reportaron la venta total de sus productos’ no tendría sentido. Si ese fue el caso sin embargo, ingresos -que no utilidades- por 50 mil pesos en dos días de trabajo para los artesanos, sí que fue un éxito y sentará las bases para futuras ferias mejor organizadas.