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Inquisidores, macartistas y desvergonzados contra la universidad pública

Inquisidores, macartistas y desvergonzados contra la universidad pública

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Septiembre 19, 2018 11:49 hrs.
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JOAN DEL ALCÀZAR › Emmanuel Ameth Noticias

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Ya hace mucho que el aire que respiramos está más que cargado, tanto qué, atendiendo a lo que está pasando en el espacio público, deberíamos ponernos máscaras antigás para protegernos, más que los pulmones, el cerebro. Especialmente en cuanto nos exponemos a la contaminación provocada por buena parte de los medios de comunicación, con editorialistas, columnistas, opinadores y tertulianos -expertos máximos en el tema del que se hable- que explican y dicen lo que les apetece y, muy especialmente, lo que conviene a los intereses de quien les paga o a los de aquél con quien quieren estar bien, por la razón que sea, presente, de pasado o de futuro.

Las personas tenemos ideas o tendencias mentales que son muy comunes. Una de ellas, conocida, dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, y eso nos hace creer que vivimos situaciones insoportables o terribles como nunca antes se habían producido. Es una percepción incorrecta, dado que cada época ha tenido, siempre, cosas buenas y cosas malas, aunque las proporciones, claro, hayan sido cambiantes. Los contemporáneos, lógicamente, tendemos a agrandar los padecimientos de nuestro presente, a creer que son excepcionales, mientras que nos inclinamos a embellecer el pasado por aquello de los viejos buenos tiempos.

Es innegable que vivimos una época no sólo turbulenta, también turbia y asfixiante por varias razones. De la situación política hablo.

Ahora, por ejemplo, se magnifica la Transición, la recuperación de la democracia en España, y se pontifica sobre el consenso. Y a esta visión edulcorada, sobrecargada de mermelada, se opone una realidad como la actual en la que el diálogo es áspero y los acuerdos entre adversarios imposible. Y no fue así. Los viejos buenos tiempos no fueron tan buenos.

Las transiciones a la democracia en todo el mundo no han sido sino procesos políticos que se han desarrollado según la correlación de fuerzas de los actores que participaban. Y la española, también. No fue un concilio armonioso en el que Carrillo, Fraga, Suárez y González se reunieron, razonaron respetuosamente y luego se dieron un apretón de manos de caballeros. No, en aquellos años los asesinos de la ultra derecha mataban gente por la calle y en los despachos laboralistas, los militares amenazaban desde el cuarto de banderas de sus cuarteles, y los medios de comunicación franquistas esparcían diariamente dosis tóxicas de veneno en forma de noticias y editoriales.

Así que, ante lo que está pasando ahora, frente esta época dura que estamos viviendo, calma. Ahora somos muchos los que nos encontramos cansados, aturdidos e incluso un poco asustados por la tensión, la agresividad y, además, por las expresiones de odio que algunas personas, algunos grupos y algunos medios de comunicación transmiten. De otras situaciones difíciles hemos salido y la actual no será una excepción.

Debemos procurar protegernos, eso sí, de una legión de inquisidores, macartistas y desvergonzados que han caído sobre nosotros como una plaga bíblica, la octava por ejemplo, la de las langostas que devoraron árboles y plantas en el Egipto los faraones. Ahora no sufrimos las malditas langostas, pero sí una invasión de canallas que perjudican seriamente nuestra salud mental y la convivencia en nuestra sociedad.

Por un lado tenemos los inquisidores, obsesivamente dedicados a perseguir la herejía, es decir cualquier desviación de los dogmas que su ortodoxia quiere imponer a todos, a la fuerza si es necesario, con el objetivo confesado de castigar a los pecadores con las penas más duras para que, como resultado colateral, eso tenga un efecto disuasorio sobre el total de la sociedad. Un segundo grupo son los macartistas, que son aquellos que se dedican a perseguir a sus enemigos políticos de forma tan encarnizada que dejan de lado cualquier limitación legal, prescinden de toda objetividad, y se sirven de cualquier arma que les asegure la consecución del su objetivo, que no es otro que neutralizarlos completamente, expulsarlos del tablero. Finalmente encontramos a los desvergonzados, unos indignos de competición olímpica que son capaces de defender y atacar, enaltecer y degradar, agrandar y minimizar cualquier cosa que les venga bien para sus intereses, sea como adeptos a una causa sea como mercenarios a sueldo de quien les pague.

Hace unos meses, pero con especial intensidad las últimas semanas, los tres grupos han puesto en su punto de mira a la Universidad pública. Lo decidieron como maniobra exculpatoria de determinados políticos que obtuvieron trato de favor en grado superlativo -y presuntamente delictivo- en un instituto de investigación concreto dirigido como una taifa por un profesor concreto, de una universidad concreta de la que, por cierto, son famosos sus últimos rectores y no precisamente por sus aportaciones científicas o académicas.

Pues bien, con la pretensión de exculpar a dos insignes líderes del Partido Popular, inquisidores, macartistas y desvergonzados han coincidido en la indigna misión de extender la sospecha a todo el sistema universitario español. Es decir, que lo que sabemos del instituto concreto de la universidad concreta no sería sino un botón de muestra de cómo es la Universidad pública española. La cueva de Ali Baba con el Gaudeamus igitur de música ambiental: Viva la academia, / viva los profesores! / Viva cada miembro, / vivan todos los miembros, / siempre sigan en flor!

No seré yo el que defienda la idea de una Universidad celestial, dirigida por ángeles y arcángeles. Tengo la suficiente experiencia de años de gestión universitaria como para saber de qué hablo, pero con la misma claridad debo decir que ya quisiéramos que otras instancias, públicas y privadas, funcionaran con la eficacia económica y social que lo hace la Universidad.

En algún otro momento también podemos hablar de otras cosas a las que inquisidores, macartistas y desvergonzados nunca quieren atender. ¿Podemos hablar de la Banca, así con mayúscula, que ha salido de la crisis bancaria de 2008 como una rosa lozana y hermosa gracias los sesenta mil millones de euros que todos hemos aportado? ¿Podemos hablar de la prensa y las televisiones de capital privado, que bajo la falacia de que no reciben dinero público tienen patente de corso para hacer y decir lo que quieran? ¿Podemos hablar de la Iglesia católica que ampara y esconde pederastas, que ha robado hasta la Mezquita de Córdoba y que gasta buena parte de los recursos de procedencia fiscal en mantener un canal de televisión venenoso? ¿Podemos hablar de las universidades privadas, o de la enseñanza no universitaria privada o concertada, donde los que estudiantes son principalmente clientes y como a tales se les trata? ¿Hacemos una lista de las cosas de las que deberíamos hablar?

No quiero desviar la atención de ninguna manera. Hay que mejorar el funcionamiento de la Universidad, claro que sí; hay que potenciar los controles internos, depurar de forma continuada las malas praxis profesionales que se detecten; y hay que atender a muchas otras cosas más, incluida la financiación. Pero, no nos dejemos engañar. Lo que estamos sabiendo de una unidad concreta de una universidad concreta es un caso terrible que no representa a la Universidad pública española de ninguna manera. Aquellas prácticas son responsabilidad de quienes las han dirigido y de quienes con ellos han colaborado. Tienen nombres y apellidos [alguno, por cierto, actualmente en altísima instancia], y es a ellos a los que hay que exigirles explicaciones, penales en su caso. A ellos y a aquellos políticos, más o menos principales, que hicieron un uso bastardo y provechoso de su poder o de su capacidad de influencia política y social.

Así pues, que inquisidores, macartistas y desvergonzados no contaminan impunemente el aire que respiramos. Es por nuestra salud que deberíamos conseguirlo.


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